jueves, 25 de julio de 2013

Nunca fueron tan felices






Por: Yohel Amat


Sol.
Calor.
Autos.
Tranque.
Desesperación.
Estrés.

Era un mar de coches, separados por el escaso espacio necesario para que cupiesen dos motos entre cada carril, en la mayoría de los casos.

Todas estas almas desesperadas estaban al borde de la locura, en una ciudad que cada vez oprimía más, casi hasta la asfixia, a cada uno de los desventurados que tenía que transportarse por sus maltrechas calles llenas de baches, vendedores imprudentes y letreros de “Hombres trabajando”.

Con la excusa de estar trabajando por el bienestar de los ciudadanos, a los mismos el gobierno les estaba dando una muestra de lo que debería ser el infierno, pero sobre esta tierra.
Y tres años era demasiado tiempo.

Excusas y más excusas, caos, accidentes, gritos, peleas, estrés, odio, eran los ingredientes comunes de ese caldo de malestar que se cocinaba en el caldero de la ciudad que no dejaba de crecer, pero aplastando con su arrollador paso a los desgraciados bastardos que habitaban en ella.

Ya no importaba si era hora pico o no: el congestionamiento vehicular ya no conocía ni de horario ni de fecha en el calendario.

Pero el día de hoy era el colmo: el calor era insoportable.

La mayoría de los conductores, luego de una hora de maldecir y de pitar para ver si se lograba el milagro de que los carros avanzaran, ya no sabían qué hacer.

Muchos maldecían, otros rezaban, otros meditaban, otros bailaban al son de los diferentes ritmos que se podían escuchar en esas cajas de música rodantes.

Lo peor era no saber que pasaba; el porqué de tantos minutos de inmovilidad.

¿Habría un accidente más adelante? ¿O se trataba de un nuevo desvío por causa de las obras que se estaban llevando a cabo? ¿Se trataría de algún cierre de calle para protestar por otra causa perdida? ¿O simplemente era que el sistema vial había por fin colapsado bajo el peso de tanto vehículo rodante nuevo en la calle?

Los rayos del astro rey por momentos parecían ganar intensidad, todo con el sádico deseo de castigar en todo lo posible a esas almas abandonadas de Dios, unas al volante de sus correspondientes vehículos otras como pasajeros en algún desvencijado bus.

Nunca se supo cual auto lo inició todo - más de 20 testigos aseguraban haber presenciado la génesis - pero el hecho cierto es que en medio de un rechinar de llantas, un vehículo logró un espacio en medio del caos para embestir a otro carro con la fuerza suficiente para aplastar su costado izquierdo.

Por un momento el silencio se apoderó de todo y pareció que el tiempo se había detenido.

Como si de un disparo de arranque se hubiese tratado, por doquier autos, camiones, buses, mulas y camionetas comenzaron a embestirse uno al otro con toda la saña que les permitía el espacio disponible y la velocidad que pudiesen desarrollar.

En cuestión de minutos el ruido de las llantas, el estrépito del metal al encontrarse dos o más bólidos, los gritos de los heridos, el escándalo de los vidrios rotos y de los parabrisas al ser atravesados por las personas que iban dentro de los vehículos; se mezclaron en una escalofriante y sangrienta sinfonía.

Nadie podía entender el porqué de esta violenta danza, pero poco a poco el frenesí fue creciendo en intensidad.

El humo de los motores se veía por doquier y para el espectador casual, todo era un caos de sangre, carne, gritos y dolor.

Nadie sabe con certeza cuanto tiempo duró la macabra embestida múltiple, pero así mismo como comenzó, así mismo cesó.

En medio de los vapores de los autos empezaron a verse las sombras de las personas, en la medida que se bajaban de sus vehículos para ver qué había pasado y la magnitud de los daños.

Las personas se miraban unas a otras sin pronunciar una palabra, mientras deambulaban inspeccionando el interior de los vehículos para ver si había sobrevivientes.

Muchos comentarían que lo que más les impresionó fue ver la cantidad de víctimas tiradas sobre la tapa del motor, lanzadas allí por la inercia causada al chocar sus vehículos contra sus pares y sin cinturón de seguridad.

A nadie se le ocurrió sacar a los heridos de los autos, ya que el pavimento estaba casi en estado líquido por causa de la ira de los rayos del sol.

Sangre, muerte y lamentos eran la música de fondo de esta macabra obra.

De repente un hombre con camisa de cuadros y apariencia sencilla, se agachó y abrazó, a través de la ventanilla rota,  a una joven que estaba atrapada en el asiento del conductor de un auto color rojo.
La abrazó como si la conociera de toda la vida y como si acabasen de encontrarse luego de un largo tiempo de ausencia.

La conductora, a pesar de las heridas que tenía, olvidó por un momento la angustia de estar aprisionada dentro del auto y le devolvió el abrazo con toda la fuerza que pudo reunir.

Por toda la carretera el cuadro era mismo: personas abrazándose como familiares, manchándose entre sí con sangre y sudor, acariciando sus rostros fraternalmente.

No importaba si alguno tuviese heridas de tal magnitud que permitiesen que sus vísceras se asomaran, cual repugnante criatura a las puertas de la cueva donde se refugiaba: el abrazo era dado y recibido con el mismo entusiasmo y cariño.

Para el espectador casual el cuadro no podía ser más dantesco y extraño: una multitud de personas dando y recibiendo cariño en medio de lágrimas y autos destrozados.

Posteriormente, al ser interrogados muchos de los involucrados con respecto a lo que había pasado, la mayoría contestó de la misma manera: ninguno recordaba la última vez que había sido tan feliz.

martes, 23 de julio de 2013

Las olas que levanta un bebé real




Por Yohel Amat

Con motivo del nacimiento del nuevo miembro de la Familia Real en Gran Bretaña se ha levantado una gran cantidad de voces a favor y en contra.

Algunos, ven en la Realeza poco menos que la encarnación de la maldad. Ven en ellos a seres rapaces que son la causa de muchos de la hambruna y de la explotación a la que se ven sometidos muchos países en África y similares.

Por otra parte, están aquellos que ven en la Monarquía poco menos que la encarnación de deidades hermosas y prósperas, las cuales hay que venerar cómo si se trataran de semi dioses modernos.

Siempre he predicado el que los extremos son indeseables y que siempre hay que buscar el punto medio en todo. Y éste tema no es una excepción.

Veo en la Realeza a un símbolo que representa a muchos países, en los cuales la mayoría de sus habitantes apoyan y aman. De otra forma hace rato hubieran tenido su toma de la Bastilla.

Los países necesitamos de símbolos que nos hagan sentir orgullo patrio y si algunos han escogido que ello sea una Corona, bienvenido sea.

Ahora, ¿son sólo los países con monarquía los únicos que han explotado y siguen explotando la ignorancia y la pobreza de algunos pueblos para arrancarles sus recursos?
Estoy seguro que no.

GeneralIzamos porque tenemos siglos de odio acumulado por causa de lo mal que nos siguen tratando las Naciones poderosas.

Y ello lo señalamos con ira como si nosotros sólo fuésemos víctimas. Y nosotros también explotamos y arrasamos.

¿No me creen?

En la mayoría de nuestros países hay indígenas, hay campesinos, hay marginados que viven tanto en el campo como en los guetos.

Esos parias son objeto de burla, se saquean sus comarcas en el nombre del "bien común" para explotar sus recursos, vender sus tierras y para arrinconarlos cada vez más adentro de manera que no los podamos ver y así no tengamos que sentirnos culpables.

No nos importa que esos "maleantes" y "chacalitas" en los barrios de zona roja sean arrojados de sus viviendas para jugar a los bienes raíces y seguir haciendo más dinero, en lugar de luchar por medio de la educación y de más oportunidades a que ellos aprendan por sí mismos a salir de la pobreza.

Por último, no reparamos que en casa tenemos a una realeza no coronada, en la forma de empresarios inescrupulosos y de políticos aún más sucios, los cuales actúan al margen de la Ley, la justicia y de la moral.

Eso no lo puede hacer ningún miembro de muchas de las Monarquías que tanto odian algunas personas.

¿Por qué no enfocarnos en la pobreza, el hambre, el dolor, el abuso y la explotación en nuestros propios países y dejamos en paz a las de otras Naciones.

El que esté libre de explotar a otros que tire la primera piedra.

sábado, 13 de julio de 2013

Reseña literaria: "El Prisionero del Cielo" de Carlos Ruiz Zafón






Acabo de terminar de leer "El Prisionero del Cielo" de Carlos Ruiz Zafón: evítese a toda costa. Parece el libro de un novato.

Hay muchas clases de escritores. Pero me atrevo a decir que hay una clasificación que los abarca a todos y que ayudaría mucho a entender mi punto: hay escritores cuyo primer libro es su obra maestra, impactante y sublime.

Luego de esto, todo va a cuesta abajo, luchando - tanto los lectores como el autor - con la frustración de ver que no sólo el escritor no puede superar a su opera prima, sino que además pareciese que con cada nuevo libro se supera a sí mismo, pero en mediocridad.

Por otra parte, hay escritores que comienzan modestamente y progresivamente van mejorando su técnica, dando con ello carreras que terminan en obras sublimes, fruto de dicho proceso.

Lastimosamente Carlos Ruiz Zafón  lo pondría dentro de la primera categoría, ya que con  su primer libro "para adultos", 'La Sombra Del Viento', se elevó a las alturas con una novela situada en la Barcelona de inicio de siglo XX.

Tenía de todo: misterio, literatura, arte, intriga, amor, etc.

Fácilmente se convirtió en uno de esos "libros inolvidables" para muchas personas, incluyéndome.

Sin embargo, con "El Juego del Ángel" entramos a territorio extraño y excéntrico, mezclando un poco de "La Sombra del Viento" - para sostener la excéntrica estructura - con mucho del "Fausto" de Goethe.

El resultado fue agridulce, al menos para mí.

Pero con "El Prisionero del Cielo", Ruiz Zafón cae en la más cursi de las tramas, tratando de darle continuidad a una historia que debió haber muerto - con toda su gracia y gloria - en el primer libro y que de la cual todavía - Dios mío - hay que esperar una cuarta entrega.

Es una lástima que mi idilio con sus libros haya terminado tan mal, pero "todavía nos queda 'La Sombra del Viento'" y los gratos momentos que pasé con dicha novela.

Eso no hay ángel ni demonio que me lo pueda quitar.