lunes, 28 de octubre de 2013

Política: lo que todos debemos saber






...en toda sociedad –sin importar la forma de gobierno– hay una pequeña élite que desea “ser libre” para mandar sobre los demás. De aquí sale la primera conclusión: dado su pequeño tamaño, es fácil para un príncipe asegurar su posición entre los que desean el poder, deshaciéndose de algunos y satisfaciendo a los demás a través de concesiones y privilegios.

El resto de la sociedad, creía Maquiavelo, no desea más que vivir una vida tranquila y segura. Para satisfacerlos, el príncipe debe introducir leyes e instituciones que, junto a su poder, traigan estabilidad y seguridad. Dentro de eso, debe tener algunas cosas claras: la religión, aunque sea falsa, deberá ser promovida, especialmente si preserva la solidaridad social. La población, por otro lado, deberá permanecer empobrecida y en constante posición de guerra, para que no sucumba ante los dos grandes enemigos de la obediencia –ambición y aburrimiento– y se vea en constante necesidad de líderes.

...


...los consejos del florentino continúan, unos más indignantes y escandalosos que otros, pero todos cortados por la misma tijera: cuando se trata de la seguridad del país, no debe haber lugar para “ninguna consideración de justicia o injusticia, humanidad o crueldad, ignominia o gloria”. Ningún príncipe, explicó, “puede practicar todas las virtudes que los hombres consideran buenas, pues necesitará con frecuencia (...) actuar en contra de la lealtad, la clemencia, la bondad o la religión”.

Detrás de príncipes y virtudes, la lógica que empapa cada letra de El Príncipe es devastadora: la diferencia entre las cosas como son y como deberían ser, entre cómo se vive y cómo se debería vivir, es tan grande que “aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina”. Esa idea, tan sencilla y tan incómoda, lleva atormentando a la humanidad desde que el mundo es mundo, pero nadie la planteó como él.


El impacto moral de las máximas de El Príncipe suele eclipsar algunos de los aspectos más importantes de las intenciones de su autor. Para empezar, todos sus consejos están diseñados para crear y mantener un orden que satisfaga los intereses más permanentes del hombre. Sus valores, en palabras de Isaiah Berlin, “podrán ser erróneos, peligrosos u odiosos, pero no son cínicos”. Maquiavelo, a decir verdad, muestra poco interés en el oportunismo de los ambiciosos, en el poder por el poder.


En realidad, el florentino aspira a una república ideal, modelada a imagen de Esparta, la Atenas de Pericles y, sobre todo, la república romana. Esa república es la forma más alta de existencia social a la que los hombres pueden aspirar. Y para llegar a ella ningún sacrificio es demasiado.


De esas dos ideas se derivan algunas de las conclusiones más importantes del pensamiento maquiavélico. La política es una vocación honorable, y ciertamente necesaria en la vida humana, pero de ninguna manera placentera, segura o moralmente atractiva. El político, único destinatario de los consejos de El Príncipe, debe estar dispuesto a vender su alma –literalmente– por su vocación, a hacer un pacto con las fuerzas más profanas del universo. Porque al final, escribió Jeremy Waldron, “la línea que divide el liderazgo exitoso de la tiranía odiosa es tan delgada que (...) el ser juzgado de una u otra manera por la posteridad es cuestión de suerte”.

A ojos de Maquiavelo, entonces, la política no es una vocación aristotélica, inherente a la naturaleza humana. Precisamente por las características tan particulares que deben poseer aquellos dispuestos a vivirla adecuadamente, el maestro florentino solo recomienda la vida política a los que realmente poseen la vocación; aquellos que, como escribió Max Weber, no se desintegrarán “aunque el mundo sea demasiado estúpido o mezquino” para merecer lo que pretenden ofrecerle.

Esa idea, a su vez, ayuda a Maquiavelo a superar las dudas que lo asaltan por momentos: ¿puede un hombre que posea la grandeza para crear un Estado admirable tener la dureza para utilizar los métodos violentos y malvados que El Príncipe recomienda?

Maquiavelo encuentra la respuesta en Rómulo, que mató a Remo para fundar Roma, en Moisés y Teseo, en Ciro el Grande y los liberadores de Atenas, hombres que destruyeron para poder construir. Y como lo que ha sido puede volver a ser, Maquiavelo confía: sus ideas son optimistas.

...

...en su ensayo, Berlin comienza por enderezar lo que él considera la gran equivocación con respecto al florentino. El conflicto que yace en el corazón del pensamiento maquiavélico no es entre dos esferas autónomas de moral y política sino entre dos sistemas morales –“el de la moralidad personal y el de la organización pública”–, ambos exhaustivos , definitivos e incompatibles.

Partiendo de esa corrección, Berlin llega a su primera conclusión significativa: ignorar esa incompatibilidad lleva a “la ilusión platónica-judeocristiana de que los gobernantes virtuosos crean hombres virtuosos”. Si los métodos maquiavélicos, escribió, “te parecen moralmente detestables (...), tienes derecho a llevar una vida moralmente buena y permanecer como ciudadano”. En ese caso, sin embargo, “no deberás hacerte responsable de la vida de otros”. Deberás, en otras palabras, abandonar cualquier ideal de Atenas o Roma.

El que desee una vida pública y esté dispuesto a abandonar la moralidad individual, deberá seguir el camino recomendado por Maquiavelo. El problema, explicó, “es que los hombres buscan un camino medio que es el más dañino (...) y acaban perdiendo ambos mundos”. Esa ilusión sigue permeando nuestras vidas, escribió Claudia Roth Pierpoint, pues esperamos líderes que “nos convenzan de su ejemplaridad y piadosidad, pero que a la vez sean capaces de protegernos de enemigos” no tan ejemplares y piadosos.

Ángel Ricardo Martínez, análisis de la obra 'El Príncipe'.

Enlace al artículo original aquí.

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Para ilustrar mejor el tema, les dejo con una película que vale su peso en oro ya que ilustra como el poder cambia a las personas y las ajusta: La Ley de Herodes. Es la película completa.


miércoles, 23 de octubre de 2013

La Cabaña






Por: Yohel Amat



No pudo evitar sentir un estremecimiento en cuanto vio el rostro en la ventana.

Apenas era visible, en medio de una bruma causada por la falta de luz a lo interior de la cabaña.

Cualquiera pensaría que Jonás se encontraba bajo el manto de la noche, en algún paraje oscuro y gótico, en medio de un bosque tenebroso y espeso, lleno de peligros y de criaturas sedientas de sangre. De la suya. 

Sin embargo, el sol no podía ser más brillante ni inclemente, lo cual le tenía sudando copiosamente.

Unos minutos antes, Jonás había detenido su auto en una curva de la carretera que conducía a las “highlands” y en la cual la circulación de autos y de vehículos de transporte era incesante y constante.

El paisaje y las circunstancias no podían ser menos tenebrosos.

La carretera carecía de hombros y por ello se había estacionado en el espacio que se formaba en el lugar donde comenzaba un pequeño camino rural y el cual se perdía en una curva más adelante.

Después, Jonás había comenzado a bajar por la carretera principal. El descenso era peligroso ya que había muchas curvas antes de recuperar la horizontal, un kilómetro más abajo.

Jonás seguía caminando para buscar el ángulo adecuado para tomar las fotos que deseaba del paisaje tan hermoso que tenía ante sí: amplias praderas, bosques inmensos e inclusive: el mar, con toda su serena belleza, allá en la distancia, casi donde el horizonte se hacía vago e imperceptible.

La vista no podía ser más hermosa.

Jonás comenzó a tomar las fotos, teniendo la precaución de estar atento a los vehículos que pudieran bajar por la carretera, para evitar un posible accidente.

“Juan Seguro vivió mil años”, le había enseñado su abuela cuando era niño.

De repente a su mano derecho la vio: una ruinosa cabaña de madera vieja y podrida.

La cabaña se encontraba de espaldas a la carretera.

Todo en ella era gris, viejo, triste y melancólico. Inclusive, hubiese jurado que la estructura había surgido súbitamente de la tierra.

Jonás trató de entender cómo se llegaba a la cabaña, ya que la misma se encontraba a buena distancia de la carretera, obligándole a usar el zoom de su cámara para poder reparar en los detalles de la estructura; hasta que dedujo que a la misma se llegaba por el camino en cuyo inicio había dejado su auto.

Empezó a tomarle fotos a la vieja estructura, cuyas ventanas simulaban sendos ojos, oscuros y profundos, los cuales parecían mirarle con reproche, por el atrevimiento de tomarles fotos sin su permiso.

Cuando terminó, husmeó en la galería para ver si las tomas habían salido bien.

Pasando de una foto a la otra, hubo una que le llamó la atención.

Para asegurarse, hizo un zoom de la foto y allí estaba: detrás de la mugre de una de las ventanas de la cabaña había un pálido rostro asomándose entre la oscuridad de la habitación, la cual lo había devorado todo, exceptuando dos negras y grandes esferas que miraban hacia la cámara con desesperación.

Por un momento pensó estar viendo un fantasma.

Para asegurarse, amplió la imagen en la pantalla y lo único que logró corroborar es que en medio de todo ese abandono, suciedad y decadencia, en esa ventana una criatura se asomaba como pidiendo ayuda.

No sabía qué hacer.

La cabaña desde esta distancia lucia lóbrega y amenazadora, pero la curiosidad le devoraba: ¿quién era ese ser en la ventana?

Su mente entró como en un letargo y comenzó a soñar en tantas cosas: en la cabaña habitaba una familia de caníbales; un asesino en serie tenía un cuarto lleno de mujeres encadenadas, las cuales mataba de una en una, como parte de un espantoso ritual.
O simplemente lo que había visto no era más que la representación visual del eco de alguna tragedia ocurrida en la cabaña hacía muchos años.

Una parte de él le decía ‘¡Aléjate! ¡No es tu problema!’ pero por otra parte la curiosidad le carcomía.
Jonás comenzó a caminar hasta la cima de la colina y se detuvo justo enfrente del inicio del sendero rural que le llevaría hacia la cabaña.

Cuando reparó en ello, ya había avanzado unos 100 metros por el sendero y ya a lo lejos - después de una curva más adelante - se vislumbraba la cabaña.

Fue en ese momento que se dio cuenta de que no se detendría hasta que resolviera el misterio.

Cuando llegó, se detuvo frente a la misma y fue entonces qué pudo verla en toda su miseria.

Lo primero que impresionaba era el pensar en cómo dicha estructura se sostenía y no colapsaba bajo el peso de la podredumbre y de los años.

La cabaña tenía una pequeña terraza donde otrora debieron haberse reunido a conversar los antiguos habitantes de la casa.

Todavía parecía escucharse en el ambiente las risas y voces de tiempos idos.

La puerta de entrada lucía inclinada y la luz pasaba a través de las múltiples rendijas que le atravesaban. Parecían las cicatrices de viejas heridas que nunca curaron bien.

También reparó en tres ventanas - dos en el lado izquierdo y una grande en el derecho - las cuales estaban tan sucias que no se podía ver sino sólo sombras, algunas inquietamente en movimiento.

Jonás dio un par de tímidos pasos y se acercó a la casa. Al poner su pie en ella sintió que en ese momento estaba entrando a otra dimensión, a otro mundo.

Con la punta de los dedos tocó la puerta y la empujó suavemente, como probando a ver si no caía al suelo hecha pedazos.

Sin embargo, la puerta respondió con un lastimero crujido, como si fuese un doloroso lamento de dolor por la presión ejercida.

Asombrosamente, tuvo que hacer uso de más fuerza para abrirse paso, pero al final lo logró.

La cabaña estaba totalmente en el abandono y aparentemente deshabitada.

Hacia la derecha estaba lo que parecía la cocina. La puerta de entrada había perdido la mitad de su estructura y lo que quedaba se encontraba en el suelo, obstruyendo la entrada.
El techo se había derrumbado casi en su totalidad, por lo que apenas se podía ver parte de lo que en algún momento fue un fregadero.

Caminó un poco más hacia el fondo de la vivienda, teniendo mucho cuidado de dónde pisaba.

La penumbra era lo que reinaba y la poca luz que había sólo servía para resaltar el polvo que flotaba en el ambiente.

Por donde se mirara había telarañas, suciedad, pilas de basura y de hojas, muebles viejos, herrumbre, agua empozada...silencio. Era sobrecogedora la falta de sonido alguno.

Lo único que le impedía echar a correr hacia la puerta de entrada eran los numerosos rayos de sol que se colaban entre los múltiples huecos en el techo, los cuales espantaban a la oscuridad y aliviaban un poco el miedo que sentía.
Se sentía protegido por un baño de luz solar, por ridícula que fuera la idea.

En ese momento escuchó un ruido en una de las habitaciones de la casa.

Su sangre se heló y su corazón se aceleró.

Sintió la adrenalina fluir, mientras sus ojos buscaban desesperadamente el origen exacto del ruido que acababa de escuchar.

A su mente vino la foto que había tomado y el impresionante rostro que había fotografiado por azar.

Algo le dijo que esa era la habitación. Estaba seguro de que al abrir la puerta de la habitación, enfrentaría sus miedos y le daría cara al horror.

Caminando entre los escombros se dirigió al cuarto y asió el pomo de la cerradura. Si no se abría por las buenas, se abriría por las malas.

La puerta cedió - con un lúgubre quejido de los goznes - y dejó a la vista más desolación y abandono.

En una de las esquinas había alguien agazapado, aparentemente un infante. Lloraba desconsoladamente y temblaba, por lo que parecía, de miedo.

Jonás se acercó lentamente, porque por un momento se sintió protagonista de una película de terror dónde - en iguales circunstancias y al acercarse - el bulto desaparecería en el aire, cual fantasma.

Pero el gimoteo continuó.

Fue entonces que fue consciente de la pesada atmósfera que había en la habitación, la cual impedía casi respirar.

Jonás miró a su alrededor y pudo ver todos los indicios de que en esta habitación habitaba un grupo de personas.

A unos metros de la niña - eso aparentaba ser - había un montículo de cenizas y sobre las mismas había una pequeña y oxidada olla.

En la esquina más lejana de la habitación se podía ver otro montículo, pero esta vez de basura: cáscaras de guineo, restos de naranjas, envoltorios de arroz, muchos pequeños envases plásticos - cápsulas - de aceite para cocinar.

Jonás pudo deducir que en la esquina dónde se encontraba la niña era donde dormía, ya que había un pulgoso, sucio y maloliente colchón, además de un pequeño montículo, constituido por tres sábanas.

Jonás se acercó más y puso lentamente su mano sobre la cabeza de la niña para apartarle el sucio y grasoso cabello de la cara.

Por un momento esperó ver el rostro de un monstruo a punto de atacarle por atrevido, pero lo que vio fue dos esferas negras mirándole con miedo y desesperación. Se encontraban humedecidas por las lágrimas que aparentemente llevaba horas derramando.

Era una pequeña niña indígena ataviada con uno de sus típicos trajes, el cual había conocido mejores días.

A simple vista pudo deducir que el llanto era producto del hambre, ya que su rostro se encontraba envejecido y seco, nada propio de una niña de su edad.

Le preguntó qué le pasaba pero la niña parecía no entenderle.

Trató de calmarla con gestos y con susurros, pero la niña le miraba con visible terror.

Cuando la niña pataleó para alejarse de él, pudo ver que las piernas estaban prácticamente en los huesos.

El hombre estaba desconcertado y no sabía qué hacer.

¿Quién era esa niña? ¿Alguien cuidaba de ella?

De repente se escuchó un grito que casi le causa un paro cardíaco.

Jonás giró rápidamente para ver de dónde provenía cuando vio en el umbral de la puerta a una indígena adulta, tapándose la boca con ambas manos.

En el suelo había un cartucho - evidentemente lo había dejado caer - mostrando unos paquetitos de café, una pequeña bolsa de frijoles, otra de arroz y una pequeña botella de aceite.

La indígena estaba aterrada, evidentemente porque no esperaba encontrar a un extraño en la casa.

Jonás no sabía qué hacer con una niña y una mujer, ambas aterradas y temerosas de su presencia.

La mujer miraba con desesperación a la niña y evidentemente era su madre, dado el gran parecido en la fisonomía.

También su rostro y físico delataban que no se alimentaba bien y hasta parecía estar enferma.

No hacía falta tener dos dedos de frente para deducir que venía de vuelta y que lo que traía era lo que iban a consumir, quién sabe por cuántos días.

Siempre le habían divertido las peleas - en algunos casos a muerte - que protagonizaban los “cholos” - despectivo apodo dado a los indígenas de la región -, embrutecidos por el alcohol y a las afueras de las cantinas de las poblaciones rurales.

Nunca había conocido la otra cara de la moneda: la cara del hambre, de la pobreza, de la malnutrición, de la enfermedad, del abandono.

Algo le decía que ya no habría más visitas. Un pálpito le comunicaba que ellas eran las únicas habitantes de esta casa del dolor.

Alargó los brazos hacia la indígena, a la vez que giraba sus manos, tratando de que ella comprendiera que no tenía intención de hacerles daño.

Intentó hablar con ella, pero pudo ver en sus ojos la profundidad de su desesperación y su falta de educación.

La niña seguía llorando, producto de ver el terror reflejado en la cara de su madre.

Jonás no sabía qué hacer.

De repente, sacó la cartera del bolsillo trasero de su pantalón y revisó: tenía como $300.

Los sacó todos y los dobló en dos, alargándolos hacia la indígena, lo cual la desconcertó aún más.

Parecía como si en lugar de alargarle algo, hubiera elevado su mano para pegarle.

En vista de ello, cuidadosamente se agachó para dejar el dinero en el polvoriento y sucio piso de madera.

Caminó alrededor de la mujer - gravitando cual satélite - rumbo a la puerta, tratando con ello de tranquilizar tanto a la madre como a la hija.

Cuando alcanzó la salida, empezó a caminar hacia atrás, siempre con los brazos en horizontal, con las palmas de las manos hacia la mujer.

En la medida que se alejaba, la figura de la indígena se iba haciendo una con la penumbra, hasta que finalmente se fundió con ella y fueron uno.

El sonido del lloro de la niña siguió, inclusive cuando ya había salido de la casa y cuando empezó a correr.

Ese sonido le perseguía y daba vueltas en su cerebro, cual enjambre de avispas, con sus aguijones llenos de ponzoña.

Sólo cuando llegó al final del camino - la casa había desaparecido nuevamente después de la curva - fue que reparó en que sus peores temores se habían vuelto realidad: sí existían los monstruos, sólo que ahora habían mutado en la forma de enfermedad, pobreza, abandono, maltrato, desesperanza.

Sacó un cigarrillo. Con manos temblorosas lo encendió con un fósforo y luego le dio una larga y profunda aspirada.

Los monstruos si existen - se dijo a sí mismo -, están entre nosotros...y también toman prisioneros, aparentemente de por vida.

sábado, 19 de octubre de 2013

'Muerto hasta el Anochecer' de Charlaine Harris o de como la sangre, vende




Por: Yohel Amat

PUNTAJE: 6/10


Tengo que aceptar qué desde hace más de cinco temporadas, vengo disfrutando de la serie de HBO True Blood, ese carnaval de sangre, vampiros, hombres lobo, cambiaformas, fanáticos religiosos, excéntricos gays, chamanes, hadas, telequinesis, sexo, espíritus vengativos, brujas, exorcismos, veteranos de guerra, sociedades secretas, gore, violencia y comedia, ésta última en la dosis adecuada.

Una vez traté de que alguien "virgen" en la serie se sentara conmigo a ver un capítulo de la última temporada y durante el transcurso del mismo pude ver como su cerebro iba cayendo bajo el peso de tanta locura con método.

Es por ello que siempre tuve la curiosidad de conocer de primera mano la fuente creadora de de toda esta vorágine, a saber, la serie de libros escritos por la norteamericana Charlaine Harris, la cual - si no he contado mal - ya consta de 11 volúmenes y no dudo que sigan saliendo más de la tierra, cual vampiro recién levantado.

No hay duda alguna de que hay que comenzar por principio y por ello adquirí Muerto hasta el Anochecer, el primer volumen de esta serie de aventuras de nuestra camarera "lee mentes" favorita, Sookie Stackhouse.

Admito que no sabía con qué me iba a encontrar y luego de haber terminado el libro, todavía no lo sé.

Lo primero que me llamó la atención fue lo fiel que fue la primera temporada a este primer volumen de las aventuras vampíricas de Sookie.
Prácticamente se puede decir que fue un calco.

Quiere decir que Sookie, Sam, Jason. Arlene, Andy, Bill, Eric, Pam, etc., todos están allí y casi como los vimos en la serie, cumpliendo cada uno con su papel y misión.

¿Hay gore? Mucho ¿Hay vampiros? De sobra ¿Hay sangre? ¡Por galones! ¿Hay crítica social? Reemplace 'vampiro' por 'gay' o 'negro' y obtendrá usted mismo la respuesta. ¿Hay sexo? Mucho, pero...aquí viene mi primer pero.

Todavía no asimilo el porqué del boom de la literatura femenina, la cual sin tener el mote de 'erótica' lo es. Casi da la impresión de que el mercado que consume esas novelas - como ejemplo, cito los famosos 50 Grados de Grey - todo lo que le interesa es sexo, sexo y más sexo; detallado hasta la mínima expresión y practicado con esos dioses masculinos que sólo la mente femenina sabe idealizar.

Ese es el punto que no me gustó en Muerto Hasta El Anochecer: el sexo gratuito, explícito, reiterativo y repetitivo.

No había necesidad de describir en detalle cuatro o cinco encuentros sexuales entre Sookie y Bill, para saber que ambos estaban locos el uno por el otro.

Por otra parte, el misterio central - ¿quién está asesinando a esas mujeres? - es bastante ligero y débil, por lo que el descubrir quién era, casi nadie saltará de asombro o se verá sorprendido.

¿Terminaré de leer los otros diez libros? Voy a continuar con el segundo volumen y veremos si me lleva a leer el resto.

Para finalizar, este es uno de esos raros casos dónde "la serie basada en el libro" luce más interesante y espléndida que la obra en la cual se inspiró.

De todos modos, no hay que negar que el concepto y el núcleo de la historia siguen siendo muy originales y que ello le ha inyectado una dosis de 'vida' a un género que se ha visto pisoteado y 'devorado' por la creciente popularidad de los zombis.

Cosas del siglo XXI, ¿no creen?

sábado, 12 de octubre de 2013

Joyland o la novela de terror qué nunca fue



Por: Yohel Amat


Tengo que admitir que a mis 48 años, ya estoy cayendo presa de la melancolía y del sentimentalismo.

Cuando uno llega a cierto punto en la vida - dónde las estadísticas dicen que ya uno tiene más pasado que futuro - es cuando uno tiende a hacer un balance de la vida: amores, errores, aciertos, promesas, mentiras, fracasos, mentiras...

Es en esos momentos cuando recordamos, como si hubiesen sucedido ayer, todos esos días cuando éramos vigorosos, jóvenes e inocentes.

De esto precisamente trata la nueva novela de Stephen King, 'Joyland', la cual por su portada pudiese deducirse que se trata de una de sus tradicionales novelas de terror, pero ya después de pasar la última página puedo decirles que ello nunca se dio.

Nunca fue así.

Sin embargo, con ello no quiero decir que me halla sentido decepcionado de su lectura.

Sin embargo sí tengo que criticarle el detalle excesivo con el cual King trata de demostrarnos todo lo que investigó con respecto al mundo y la jerga de las otrora gloriosas ferias de atracciones.

Casi pareciera que King "llovió sobre mojado" aturdiéndonos con adjetivos en exceso, haciendo con ello que la historia en algunas partes se hiciese pesada y tediosa.

Quizás fue la única la forma que encontró King para convertir un cuento en novela; cuento que pudo haber sido "redondo" y perfecto sin tantos detalles de ferias, resultando con ello en la gestación de una novela agridulce.

¡Ah!, pero no teman. Hay misterio. Y subrayo 'misterio', no terror; ya que la trama central es la investigación de un asesinato ocurrido en la Casa del Terror, mismo que obsesiona al joven protagonista de la novela, Devin Jones.

Sin embargo, el misterio no es el tema central y en varias ocasiones es dejado en el olvido, para ser recuperado con vigor al final de la novela.

Hay amor; hay madurez; hay descubrimiento; hay muerte; hay pérdida de la inocencia; hay dolor e inclusive una relación que el libro no me develó si evolucionó en el tiempo - o al menos yo no lo descubrí - y que hubiese sido el toque perfecto, dados todos los buenos y terribles momentos que pasaron juntos.

No doy nombres para no arruinar la lectura de la novela.

Parece que los años han "suavizado" a Stephen King, llevándolo del terror "hardcore" de sus primeras novelas al drama sobrenatural que despliega en muchas de sus obras, ya que hubo pasajes que tengo que aceptar que me conmovieron por su humanidad y sentimiento, algo que sólo un buen escritor puede lograr.

¿La recomiendo? Sí, y más que es una novela corta. ¿Es lo mejor de Stephen King? No, no lo es; pero tampoco es una mala novela, es sólo que se mercadea como 'terror' cuando en el fondo es una novela con un gran corazón que nos revela caminos y sentimientos que todos hemos tenido cuando éramos felices, jóvenes e inocentes.

Y le doy gracias al maestro por haberme refrescado la memoria sobre muchos momentos que son sólo míos y que morirán conmigo cuando llegue mi momento. Gracias, Stephen King.